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CARMEN

Carmen De la Torre González (90 años) es una de esas mujeres que se han hecho a sí mismas a base de trabajo y esfuerzo. De su niñez y juventud solo quedan recuerdos de horas de trabajo, la muerte prematura de su padre y la importancia de arrimar el hombro para llevar comida a la mesa.

 

Emigró a Venezuela y tuvo dos hijos. La pérdida de su marido hace tres años y una caída la han obligado a vivir cara a cara con la soledad y los miedos que esta crea.

-La gerascofobia hace referencia según la RAE al miedo irracional o aversión a envejecer, más allá del hecho de que a uno no le entusiasme la idea de hacerse mayor por distintas circunstancias. ¿A lo largo de su vida tuvo miedo a envejecer?

No, hasta hace unos meses no. Ahora desde que he caído, sumado a que tengo vértigo, si. Son síntomas que me hacen vivir en alerta porque puedo hacerme mucho daño, antes vivía más tranquila. La cabeza porque la tengo muy dura que sino ya estaría rota de todos los golpes que he llevado. Antes no pensaba en ello, desde que murió mi marido lo tengo más presente. La vejez no da miedo, la soledad si.

-Las mujeres tenemos mucha presión alrededor de nuestro físico, como se vive eso a la hora de hacerse mayor y ver que nuestro cuerpo cambia.

Tenía un buen cuerpo, todos me lo decían. Ahora es mejor no mirarse en el espejo, si te comparas sufres. Desde que me hice daño en la rodilla me arreglo menos, cada vez me da más pereza. Tenía que operarla, no lo hice y ahora cada vez me cuesta más. Vas a comparar cuando yo me veía como en esas fotos a como estoy ahora. Cuando estaba en Venezuela tenía veinticinco años. Si me arreglo un poquito y voy a la peluquería es otra cosa, parece que me quitan cinco años. Luego pienso, que importa, llevo un año metida en casa, hago pocos planes, no puedo moverme demasiado, no se me ocurre arreglarme ya.

 

Recuerdo que de joven era muy coqueta, me gustaba verme bien. Y eso que en aquel momento había que trabajar la tierra, no teníamos tiempo para arreglarnos. Ahora que se puede más, me gusta salir y andar bien, pero noto mucho la diferencia.

-¿Tiene alguna anécdota de esa época que quiera compartir?

Me gustaba pintarme los labios y darme un poquito de colorete. Hubo un día, creo que fue el primero que mi marido me vio con pintalabios. Estábamos una amiga y yo juntas, nos venían a buscar nuestros novios, el que luego fue mi marido. Nos reíamos mucho y vino una de mis primas mayores a pintarnos los labios. Cuando llegamos a la carretera y nos vieron nos dijeron “ay mira nos vienen de labios pintados eh”. De aquellas, las chicas como nosotras no se maquillaban ni nada de eso. Ya solo con el color que teníamos de trabajar al sol parecíamos maquilladas. No hacía falta más, tampoco nos importaba. Los chicos se fijaban en mi color de piel, parecía morena todo el año. Un señor le dijo incluso a mi madre “vi a mi Carmiña y que colorada iba, parecía que iba pintada” y mi madre le contestó “no, Carmiña nunca se te pinto, no te le hace falta que tiene ella buen color”.

-¿Hay algo que le hubiese gustado hacer y no pudo porque o bien lo hacían los hombres o no había posibilidad?

No, yo hacer hacía de todo. Los terrenos de mi mamá, que estaba viuda desde hacía no sé cuantos años. Ella podaba las cepas, los árboles, poníamos las patatas, poníamos todo nosotras porque mi hermana era delicadilla, entonces se quedaba en casa haciendo las cosas del hogar, sabes, porque de aquellas caldo, había que hacer mucho caldo. Mis hermanos de la manera que te comían miña nena, eran fieras, la comida no llegaba a nada. Ellos trabajaban en el puente de San Francisco, venían famélicos. 

"La vejez no da miedo, la soledad si."

-Entonces, desde siempre tuvo que ser una mujer muy trabajadora.

Mucho, puf, podaba las cepas, ¿tu sabes lo que es podarlas? es como podar los árboles. Las cepas para dar el vino también hay que cortarlas y dejarle un brazo o solo así unos botoncitos, daba mucho trabajo. A ella (su madre) le dijo allí un día un señor, “carallo tu falo mellor que moitos homes”, me dijo, “claro, tiña que facelo”. Tenía yo dos años cuando murió mi papá, con cuatro bocas que alimentar ¿qué hacía?. Aprendimos desde pequeños a ayudar, a traer comida al plato. No había más que trabajar para comer, trabajar para comer. Ya después cuando serví pues ya en la Diputación, donde está ahí la Residencia, el hospital, ahí trabajabamos todo eso. Había vacas, vino cogían muchísimo. Andabamos nosotras cuatro de Santa Mariña trabajando todos los días con un bocadillo –y a veces aún no estaba todo–. Había dos que nos comían la mitad del bocadillo.

Durísima, yo por la fiesta del pueblo me ponía un vestidito y unos zapatos – y eso que ahora ando con unas batas a diario–entonces había que cuidarlo, no se podía andar con él todos los días, así que mira.

-Fue una infancia muy dura...

-También se sacó el carné de conducir. ¿Cómo fue teniendo en cuenta que en esa época casi ninguna mujer lo tenía?

Ay eso me lo saqué cuando vine de Venezuela, creo que fui una de las primeras. Me gustaba conducir y eso que había que estudiar mucho la teórica. La aprobé a la segunda, el práctico a la primera si no recuerdo mal. Íbamos dos chicas en el coche del examinador, ella no paraba de preguntarme cosas, recuerdo que me puso muy nerviosa porque era un examen muy importante para mi.

-A lo largo de su vida le dio mucha autonomía tener el carné.

Muchísima, porque mi marido cuando se puso malo que tuvieron que llevarlo a Piñor a rehabilitación yo no necesitaba de nadie. Siempre cuando teníamos que hacer alguna cosa, a mis hijos no los molesté nunca con el coche, como conducía yo. Siempre nos arreglamos muy bien. Me gustaba ser independiente, en ese aspecto fui desde chiquita muy tirada para adelante.

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-¿En qué momento empezó a notar el bajón por la edad?

En el último año. Hasta entonces hacía de todo, conducía, sembraba cultivos en el pueblo, cantaba en iglesias, me llamaban para que fuese a los funerales del pueblo a cantar. Ahora necesito ayuda para cosas básicas, viene una señora a limpiarme la casa, mis hijos me ayudan con la comida y las compras. Me cuesta moverme hasta por la casa, entre el vértigo y el dolor del cuerpo. A veces se me pone todo negro solo de levantarme. Antes salía a la calle sin problemas.

-Las nuevas generaciones se han desligado de muchas de esas ideas sobre el matrimonio o la figura de la mujer en el mismo. Sin embargo, de alguna manera sigue presente el tener que cuidar de alguien en la mente de muchas ancianas viudas, ¿como es acostumbrarse a convivir sola?

Cuando falleció mi marido me sentí tremendamente sola porque llevábamos 66 años casados y estábamos siempre juntos, nunca nos separamos. Sumado a eso, los últimos años de vida él era una persona dependiente por sus problemas de salud, así que yo lo bañaba, afeitaba, le hacía la comida, lo ayudaba a moverse. De un día para otro me vi sin él y sin nada con lo que llenar el tiempo, me quedé «como pájaro sin pluma». El cambio de mentalidad llegó después de unos meses de aislamiento total, me traían todo a casa y yo no me veía capaz de salir. Sentirme sola es una de las peores sensaciones que he vivido, es muy difícil seguir adelante con el vacío dentro. Cogí una depresión muy fuerte que fui superando muy lentamente gracias a los medicamentos y realizar algunas actividades, como el refuerzo de la memoria, aún estoy en proceso pero me encuentro mucho mejor.

-Todo esto generará una sensación de vulnerabilidad…

Sentirte vulnerable te hace ponerte en lo peor. Cualquier día me pasa una cosa y no me doy valido por mi misma. Si me caigo y ya no me doy levantado sin ayuda, imaginate. Bajé un día al jardín, estaba mirando la camelia y de golpe me desplomé. Intenté agarrarme a las ramas y no pude. Menos mal que el señor que vive en el tercero escuchó la caída. Lo mismo me pasa con la señora que vive debajo de mi casa, cada vez que escucha un estruendo sube a preguntar si estoy bien, tiene unas llaves de repuesto de mi casa para entrar en caso de urgencia.

"Sentirse vulnerable te hace ponerte en lo peor"

-¿Qué es lo que más extraña de ser joven?

No extraño tanto la juventud sino más bien hace unos años, cuando hacía aún viajes del imserso con mi marido. Era una época buena. Eran viajes de quince días no como los de ahora. Teníamos actividades, concursos, animación. Tengo aún los diplomas y trofeos que gané en esos viajes. Son recuerdos que me vienen a la cabeza a diario. Lo bueno de la vida es que cada etapa tiene sus cosas, la vejez me ha dado muchas también.

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